MANTECÓN 1990, LOS PATTERNS SE APASIONAN
Alberto González-Alegre
Cuando muchos pensaban que serían pocas o poco relevantes las variaciones que pudiesen presentar sus obras –por tener ya un modelo de estructuración definido y por proponer un modelo de percepción y conciencia claro-, llega Francisco Mantecón con una treintena de obras, entre lienzos y papeles, en las que los patterns se apasionan.

Que no se trata de un giro de índole intuitiva, ni tampoco un juego interesado y con fecha de caducidad, se puede comprobar ya mismo, en las ilustraciones que siguen a este breve comentario. Excepto casos particulares en el extremo opuesto, la gran tendencia a la que pertenece la obra de Mantecón –ésa que incluye desde Malevitch hasta Donald Judd, desde van der Rohe hasta Frank Stella y que podemos seguir llamando opción analítica-, es la que conlleva en los artistas un mayor grado de compromiso, de militancia; es así porque se asienta en el rigor, en la expresión de la libertad controlada por la inteligencia. Se ha repetido mucho, pero esta opción estética comporta una ética firme, que las obras recogen con igual firmeza.

Centrado en la exclusiva visualidad, en el estudio de los procedimientos ópticos y en las consecuencias psicológicas de la percepción, conserva Mantecón su manera ultrarreflexiva de trabajar, pero lo que en su obra anterior había sido fría lucha de contrarios, se muestra ahora templada por una mayor presencia de valores plásticos, pictóricos; cede un tanto en sus aspectos cósmicos e introduce visiones atmosféricas, como si una parte de los efectos esfumados y gestuales de los trabajos con lápiz y carbón se impusiesen y cediesen cualidades a los lienzos. Así todo, las obras siguen siendo abstracciones geométricas porque poseen el rigor de la geometría.

Otra forma de pasión –en cierto modo extrema- que se revela en esta obra última, llega de forzar el artista unos grados su línea de investigación anterior, de forma que los desequilibrios se hacen aún más perturbadores y su percepción más dura. Mantecón que ya había llegado a la conclusión de que la armonía debe incluir una parcela de desasosiego, da una vuelta de tuerca.

Estas variantes que decimos apasionadas de sus patterns clásicos – y otras como la humanización de las caligrafías en los fondos- no se encuentran en todas las obras, sino que están controladamente esparcidas, ocultas en la alternancia; hechas de la misma sustancia que las viejas cajas del desasosiego, son una reafirmación de su autonomía, de su compromiso.

Alberto González-Alegre. Vigo 1990





Manuel Janeiro Casal
Dice Paul Klee que cuanto más terrible es el mundo tanto más abstracto es el arte. Dice que abandonemos esta tierra de trincheras y de miedo, este territorio de sobrecogimiento, para poseer las Regiones de la afirmación, del concepto, del último de los sentidos comprendido: abstracto.

En las academias, en los desvanes, en la frustación de sus cuartos una turba de hijos profanan caballetes y dicen sin sufrir, yo no pintaré, no me presentaré, no simularé… pero simulan agarrotados los lienzos con su grafismo inseguro. En su pasado hay una pared de cuadros que se levanta como una muralla universal en los últimos años del siglo XIX..

Eso que se ve como si fuera de ellos no es el miserable dolor que produjo lo abstracto, no es ese tipo especial de conocimiento, es solamente miseria, llana, sorda, aburrida e ignorante de Bomarzo, de Vasari, de Bronzino, de Miguel Ángel.

Si él hubiere nacido ene. Siglo XVI, sería transparente como Velásquez o Claudio de Lorena y haría un arte feliz y terrenal, representando, figurando, iluminando el lienzo de los campos de alcobas y los palacios. Pero no nació en Toledo ni en Florencia ni en Sevilla.

Del que se habla, Francisco Mantecón Rodríguez, natural de Galicia, nació dos años antes del meridiano del siglo, más que en un país, en un sistema de arte perseguido.

Ahora es él lo único que se puede ver, es de los pocos de nosotros que consigue vencer la monótona presión de lo moderno. Ante tanta obligación de desorden calculado, ante tanto espectáculo de gestos: el método de la corrección y de la asunción profunda de la fórmula en una pintura inacabada, aparentemente limpia, que da la sensación de claridad pero en la que por encima de lo racional se vive un absoluto desorden verdadero, tal como el de la propia amenaza de la vida.

La parábola de esta obra es una ciudad contemporánea y la geometría. Dicen que los hombres abrieron ventanales enormes en los muros de sus casas, pintaron de blanco las paredes e instalaron la presencia de la luz en sus haciendas, cuando verdaderamente sufrían.

Sé que no, pero parece que Mantecón pinta con tubos de neón, con polvos de añil y con blanco de españa. Hay un cuadro de Mantecón azul, un díptico que camina hacia esa clase de nada que en sí todo lo contiene. Como una pintura invisible se expuso en una galería de Vigo hace un año, y a mí me pareció un acontecimiento; creo que nadie se atrevió a comprarlo y ahora aguarda clandestino en el sótano de los cuadros su futuro.

El futuro es la palabra con la que acercarse a la pintura de Mantecón. Por fortuna, este hombre no ha acabado todavía nada, es aún la promesa de una obra segura que ya consigue emocionarnos.

Más de uno le estamos esperando en esa nación de consagrados y genios que nos entristecen los ojos. Para todos los que sentimos la fatiga de los representantes provinciales del arte exterior, Mantecón se nos aparece como el delicado ofrecimiento del producto original, made in él, made in Galicia.

Manuel Janeiro Casal. Vigo





UNIVERSOS ESTÁTICOS

Ramiro Fonte
Cada cadro de Francisco Mantecón está sometido a unhas regras compositivas nidias, xorde duns  patróns formalizadores que se repiten, xenerando unha imperceptible pero certa variación. A ollada vainos revelar unha teimosa sistematización e unha orden na que os materiais e os elementos visuais están reducidos á máis desesperada síntese. Non deixa de ser curioso que un pintor de oficio como é el e sendo como é un magnífico debuxante, renuncie a mostrárnolo en temas de lucimento doado. Toda a obra de Mantecón está guiada por esa necesidade de tirar lastre, de desfacerse de contados que el calicaría como accesorio para propor, xustamente, unha poética da síntese. Atopámonos, pois, cun pintor que está convencido de que hai que pintar non con temas senón, unicamente, con color e forma.

Cada cadro de Francisco Mantecón supón unha variación nun mundo sometido a esas regras poderosas ás que nunca renuncia. Semilla ser idéntico ó que vimos antes. Pero non nos enganemos, a monotonía desta obra é aparente, porque do que se trata é de descubrir a sutil trasgresión que sempre acaba asomando. Sabemos, de antemán, que cada cadro forma parte dun sistema pictórico global e, ó mesmo tempo, temos a certeza de que nel se produce unha variación, como se estivese surcado por unha fenda sísmica. Poñer orde nun magmático universo semella ser unha das principias estrategias creativas deste pintor, agora máis acentuada. A necesidade de evidenciar as estructuras plásticas, facéndoas protagonistas da súa pintura outórganlle á súa obra unhas características doadamente recoñecibles. A pintura de Francisco Mantecón indentifícase sempre por esa orde, pola xeométrica configuración dun universo, polos patróns formais dos que parte. Espoliada de toda anécdota, espoliada de calquera elemento doadamente recoñecible, semella reflectar unha parcela de nada, do baleiro, dunha inmensa ausencia productiva e vizosa. ó barroquismo opón os seus desertos formais, as súas desesperadas estructuras. Coma algún dos pais da arquitectura moderna (quero pensar en Adolf Loos) a pintura de Mantecón proclama unha loita frontal contra o ornamento. é unha pintura producida nos tempos de tódalas crises pictóricas e, sen embargo, tempos sempre a certeza do pronunciamento do pictórico.

Dun tempo a esta parte, prodúcense nun mundo tan aparentemente estático coma o de Mantecón novos e curiosos movementos. A súa pintura que sempre se basou na conxunción de distintos planos e grafismos proponnos agora unha especie de cosmos atmosférico, máis temperamental, cun colorido susceptible de transportar estados de ánimo. As nubes borrascosas, certas presencias acuáticas emergen nese deserto formal; algunha vez ábrese unha fiestra a outro mundo, a outra atmosfera. Vans que comunican a nada con outra rexión da nada. Estructuras simples como fragmentos dunha fiestra ou dunha cruz semellan emblemas simbólicos..

Creo que a pintura deste artista, a pesar das súas persistencias, das súas teimas, impón ó contemplador unha lectura lúcida. Cada cadro desta pintura, que é teimosamente fiel a si mesma, non se comprendería sen o espectador. Do xogo que se establece entre os modos de ollar e os cadros de Mantecón, depende a compresión deste mundo. O pintor semella proporlle ó contemplador unha especie de descubrimento, o achado dunha clave oculta que se atopa tanto na obra mesma coma nos modos de ollar. Enxergar onde acontecen os movementos sísmicos destes universos estáticos pode ser, se cadra, o actual obxectivoso.

Ramiro Fonte. Vigo 1993





FRANCISCO MANTECÓN: DESCONCERTADO EQUILIBRIO
Xosé María álvarez Cáccamo
De la estirpe de los clásicos, Francisco Mantecón se asignó el empeño de otorgar texturas leves y frágiles colores difusos a las materias frenéticas, que pueblan, desordenadas, el espacio. La vida, informe constelación triste, entra a reposar en las superficies difuminadas a través de puertas casi inaudible, rupturas mínimas que este pintor reflexivo practica en el territorio extenso del color para que el equilibrio afirme su condición en la sugerencia estremecedora de trágicos de derrumbamientos. Su búsqueda fundamental es la conjunción de dos contrarios proverbiales: Orden y Desequilibrio. Ninguna forma mantiene asentadas sus anclas en tierra firme. Una leve carga desplazada en el interior de las bodegas rectangulares las hace escorar sutilmente sin someterlas al peligro de naufragio.

Esta convergencia de contrarios nace del esfuerzo por procurar la expresión de un estado de serenidad que no signifique parálisis, silencio deshabilitado, inhumana arquitectura. Ni informal ni constructivista, la obra de Mantecón conjuga la espontaneidad del gesto natural con un trabajo controlado que logra contener todo exceso, todo desgarramiento, toda violencia. Pero, así interpretada, su pintura puede sugerir un proceso de creación que partiendo del caos, llegase a la armonía, a la organización estabilizadora. Yo pienso, por el contrario, que este hombre de insospechado comportamiento visceral y carácter vitalista, concibe sus significados como símbolos y realizaciones del Orden. Este debe ser su movimiento creativo más espontáneo. Pero, como todo acto de expresión artística vive sujeto siempre a un impulso de desobediencia y arrebato, los términos de las formas (cuadrados y rectángulos que significan tierra) abren hendiduras para el gesto desconcertante, señas  que rasgan el concierto de ritmos templados, y así las figuras flotan amenazando con desprendimientos que nunca llegan a producirse.

La síntesis de dinamismo gestual –combinado con una matizada búsqueda e efectos ópticos- y armonía constructiva se manifiesta no sólo en la unidad de cada pieza sino también en el proceso total de su obra. Las texturas de ceniza que sugieren materia inorgánica y disolución e los cuerpos contrastan y complementan a esas otras honduras vegetales atravesadas de electricidad, heridas por un caer apocalíptico de lluvias de fuego,  granizo y violetas. Hielos opacos, cristales de humo, espejos turbios, agua apagada en hogueras lustrales, transparentes estratos de arena que crecen en gradación controlada hasta ser ocaso, son las tonalidades interiores donde reside la clave artística que persigue el pintor, la sustancia ordenadora de lucha necesaria con los cuerpos sn punto de apoyo.

En contraste con los espacios ocupados abundantemente de materia dinámica, en otros momentos Mantecón habita el silencio con una mínima mancha que quiere devorar el territorio callado, o con una serie de líneas que parecen extenderse l blanco limitado e infinito. Aquí es donde l autor logra con mayor éxito el efecto de tensa serenidad que caracteriza su trabajo. El papel desnudo es el símbolo casi preciso de lo sustancial, pero le sobra todo lo que hay  de exceso en el silencio absoluto, sustancia sin doma, materia sin término, llanura y mar sin horizontes. Como este pintor no resiste la desmesura, porque vive en la región estética de los clásicos, debe extraer los elementos sobrantes del vacío y ocupar el abismo sólo con los plantas necesarios, distanciados entre ellos por miles de años-luz, tal como bailan los cuerpos en el espacio exterior. En este sentido su pintura, tensa expresión del equilibrio inestable de las formas en el vacío, es también, además  de geométrica, gestual y alquímica, radicalmente cósmica.

El terror de la Materia Flotante llega a nosotros atravesando ventanas estrechas, entreabiertas en ocre dilatado, rojo convexo, inorgánico gris, naranja cegador…Ese paisaje sereno insinúa el miedo de las grandes profundidades aéreas, la inquietud de los cuerpos desmedidos que mantienen el concierto de sus distantes amistades, unidos por hilos de frágil consistencia. Silencio ocupado de presagios, minúsculos augurios de choque y caída, tensión calculada de los volúmenes, engañosa geometría que abre pequeños agujeros de luz devastadora, vidriera ofrecida al vértigo, peligroso equilibrio.

Xosé María Álvarez Cáccamo. Vigo 1984